martes, 20 de octubre de 2009

dog, el empleado honrado

Dog era un hombre tranquilo y sin ambiciones. Le llamaban dog desde que era pequeño. Cuando tenía 5 años era clavado a un bulldog. Papos caídos y dentadura poco agraciada. Además estaba ligeramente gordo y tras hacer algún deporte acababa siempre con la lengua asomándole por un lado de la boca.
Dog no llegó muy lejos. Decidió dejar el colegio porque no encontró ningún motivo para seguir. Sí había un motivo para buscar trabajo, salir de casa. Odiaba a sus padres, sobretodo su madre. Era una madre bastante coñazo, de esas que te pasan la aspiradora del cuarto un domingo a las 9 de la mañana. Así que en cuanto dejó el colegio se puso a trabajar. Tenía bastante claro lo que quería, un trabajo que le permitiera ser feliz. Fue de aquí para allá buscándolo y lo encontró cuando le aceptaron como guarda de seguridad en un supermercado. En teoría debía entrar a las 7:30 de la mañana todos los días, llegar el primero y abrir puertas encender luces… Era con esto último con lo que más disfrutaba. El. A solas. En un sitio inmenso y ajeno y encima con las llaves del lugar. Podía hacer lo que quisiese. Si llega a querer una mañana encerrarse en el supermercado podría hacerlo. Si quisiera robarlo entero y no dejar una lata de bonito también podría. Disfrutaba pensando esto, pero como más disfrutaba era al encender las luces. Nada era comparable a la satisfacción que sentía al apretar un sencillo interruptor al alcance de cualquiera, pero que nadie salvo el podía tocar y que una vez pulsado, creaba una secuencia maravillosa. Primero se iluminaban las alógenas situadas encima de la sección de bricolaje, luego empezaban a encenderse de forma escalonada las fluorescentes. Para dog, esto era el clímax del momento. En su cabeza sonaba música cuando el baile comenzaba. Primero oscuridad absoluta, luego se ilumina la que hay enfrente de ti y luego la siguiente y siguiente y así sucesivamente. Poco a poco el lugar ganaba luminosidad a medida que las lámparas comenzaban a calentarse. Entonces el salía fuera y se encendía un cigarro.
Dog, siempre llegaba media hora antes al trabajo. El día en que había que atrasar una hora el reloj, dog no se enteró. Ese día llegó una hora antes y le sorprendió lo vacías que estaban las calles. Pero también le sorprendió ver el coche del jefe en el parking. Así que fue donde el coche, un mercedes negro con los cristales tintados, y llamó a la ventanilla para ver si le pasaba algo al jefe. No salió el jefe. Decidió a entrar al supermercado, ya bastante preocupado por el bueno de su jefe. ¿Le pasará algo? ¿Querrá hablar conmigo? Entró al súper y vió al señor jefe tirándose a una dependienta en la sección de camas y elementos del hogar. El jefe muy apurado le dijo: vaya….que sorpresa…ehh…..mire, señor..¿Como se llamaba?
Dog
Si bueno…¿dog? o lo que sea. Es usted un magnifico empleado, viene una hora antes, vaya. Que bueno. Mire, le daré esta propina por ser tan buen empleado y pórtese bien.

Y por eso dog, desde entonces, va siempre al super una hora antes. Ya que aquella propina resulto ser la mitad del sueldo del mes. Quien sabe... igual suena de nuevo la flauta.

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